lunes, 9 de enero de 2012

De paseo por las viñas (II parte)

Eran las cepas que despertaban al sol y parecía como si se estiraran de una larga noche algo fresca habiendo estado entumecidas.

-    Buenos días – se oyó una ronca voz
-    Buenos días – respondieron varias voces juntas menos graves

Hipólito miraba a su alrededor y no veía más que viñas majestuosas y verdes, pero las voces se seguían escuchando.

-    Hoy vamos a tener un día caluroso – dijo una voz
-    Perfecto para nuestro trabajo – respondió otra
-    Yo creo que estoy preparada – dijo una tercera voz

Miedo en el cuerpo sentía el niño, pero creyó que no estaba perdido y corrió en todas direcciones buscando a las personas que hablaban para decirles que no encontraba la salida y se había perdido. Pero no encontró a nadie, estaba sólo rodeado de cepas.
 

Exhausto de andar y con los zapatos rojizos del suelo que pisaba, decidió sentarse y apoyarse en uno de los troncos más gruesos, que eran de la cepa más frondosa, desnuda por la poda en verde que debió hacerse durante años, hizó de respaldo  a su improvisado asiento. Hipólito empezó a sollozar y gritar, se había perdido.

-    Mamá, mamá, Papi, papi, Yaya, yaya … - gritaba
-    Buaaaaa, buaaaa – sollozaba

Y entonces se volvieron a oir las voces

    - ¿quién llora? – se oyó con tono grave
    - Creo que es un pequeño – respondió alguien con tono más joven
    - Un niño se ha perdido – masculló otra voz

El niño empezó a sentirse desorientado y quería levantarse pero estaba cansado y asustado, por lo que entre lágrimas y sollozos se durmió a la sombra de la gran cepa llena de hojas verdes y frondosas.

-    Se ha dormido – dijo la cepa bajo la que Hipólito estaba
-    Si, no dejemos que le dé el sol – respodió su compañera de la fila de enfrente

Y entonces las cuatro cepas que rodeaban a Hipólito torsionaron sus ramas con el fin de crear una sombra fresca que impedía que los rayos del tórrido sol del verano impactaran sobre el niño.
 

- Estoy dando sombra a mis racimos – dijo una de las cepas
- Si pero no debemos descuidar a los humanos – dijo la vieja cepa con voz más grave
- Ya sabes que si no maduran bien mis uvas, las cortan y se van al suelo – volvió a decir la primera cepa

La cepa más vieja, sobre la que Hipólito descansaba, era la matriarca desde donde había nacido una de las fincas más codiciadas de la comarca. La tierra junto con sus carácterísticas ambientales habían creado un microclima único en la zona, donde estas majestuosas y sanas cepas maduraban las mejores uvas que se producían en todo el dominio del consejo regulador al que la bodega y finca pertenecían.
 

Su excelente producción era por todos los bodegueros de la zona envidiada, ya que producía una uva de tantísima calidad que los vinos elaborados con ella conseguían ganar todos los concursos a los que se presentaban. En más de cien años de producción nunca se había repudiado ningún racimo y todos ellos eran destinados a la selección especial que la bodega utilizaba como buque insignia de todas sus elaboraciones.

-    Este año creo que vamos a tener problemas – dijo una cepa jóven
-    Si – respondió la matriarca
-    Ha sido un año demasiado lluvioso – dijo otra viña
-    Por eso debemos aprovechar el sol – respondía una de las que tapaban sus racimos para preservar del sol a Hipólito.
-    Pero también debemos cuidar a quiénes se benefician de nuestro trabajo – respodió la matriarca

La cepa mayor les contó una historia al resto de viñas más jóvenes explicándoles porqué debían sacrificar unos momentos de sol y cuidar del pequeño.
 

Cuando yo era jóven, me injertaron a unas viejas raíces que habían sobrevivido a una gran plaga. Yo era una planta vigorosa que vivía en un campo muy poblado y denso de cepas, estabamos juntas y apiñadas, cuando mis sarmientos se podaban en invierno, invertía toda la pasión en crecer más que mis compañeras, con el fin de tener el vigor suficiente para soportar frutos grandes y pesados.

Todas pensabamos que cuanto más grande fuera nuestro racimo mejor nos cuidaría el agricultor, premiándonos con mayor cantidad de agua en el riego y arrancando las viñas que nos impedían crecer más altas y vigorosas y que competían por los recursos sin llegar a ser tan generosas como yo.

Pero curiosamente nuestro fruto, al que tanto empeño y vigor le dedicábamos nunca llegaba a madurar. El agricultor nos podaba las hojas para que estas no taparan los rayos de sol, pero nosotras seguíamos insistiendo en engordar el fruto y ampliar nuestra superficie de las hojas y para ello nuestras raíces profundizaban en la tierra con el fin de conseguir más nutrientes, pero lo que conseguíamos era más y más agua.

Al final los racimos que dábamos tenían un peso tan importante que estábamos ansiosas de ser vendimiadas para liberarnos de tanto peso, en ocasiones llegábamos a tocar el suelo y además no teníamos guía para que nos aguantaran los brazos, ya que estábamos en plantadas en vaso y nuestros brazos tenían que soportar hasta casi 5 Kg. de peso.

No nos preoucupaba que el fruto fuese dulce, ni que todas las bayas estuviesen maduras, simplemente buscábamos granos guesos y en cantidad. ¡No nos importaba que no  formaran parte de un buen vino!.

Un día, nuestro cuidador, sufrío un accidente mientras estaba revisando nuestro fruto y cayó al suelo desfallecido, pasó la mañana y llegó la noche y vimos como el sol y la tierra se apoderaba de su cuerpo día a día y nunca más nos lo devolvió.

Pasó el tiempo y nunca más nadie vino a cuidarnos, nuestros frutos no se recogían, y se podrían en nuestras ramas, nadie nos podaba, no nos daban agua más que cuando llovía. Mis compañeras iban enfermando, las hojas se las comían los insectos y otros animales, cuando no nos invadían los hongos, las bayas eran devoradas por otros animales o servían para criar insectos en su interior, nuestras ramas tomaban raíces al contacto con el suelo con el fin de seguirnos nutriendo, quitándonos el vigor en las hojas y frutos.
 

Un día empezamos a no sentir nuestros pies, algo estaba haciendo desaparecer nuestra savia, y por mucho que intentábamos seguir en pie, nuestras fuerzas mermaban. Hasta que un pequeño humano de la mano de quien parecía su abuelo visitó nuestro decrépita finca y empezó a señalar las pocas ramas que aún conservaban las hojas y la savia en su cuerpo.

Sentimos que nos fueron cortando y nos iban guardando en un recipiente fresco y húmedo, al menos descansaríamos para siempre como alguna planta ornamental, o nuestra muerte no sería por desidiaen el campo.
 

Pensamos que era nuestro fin, y nuestra savia estaba poco a poco secándose hasta que vimos de nuevo la luz,  nos injertaron en esta tierra. Esta tierra tenía unas cepas que no rendían, que maduraban sus frutos de una manera espectacular, que las bayas eran dulces y afrutadas, pero que el rendimiento no convencía a su dueño, ya que todas nuestras compañeras de la comarca estaban muriendo por una plaga y aquí parecía no afectar a las viejas del lugar, pero no podían competir con las cantidades que nosotras y otras cepas de fincas aledañas rendían en peso y grosor.

Aquí a base de mucho esfuerzo conseguimos que nuestra savia se fusionara con las viejas raíces que tenían mucha fuerza, pero no nos aportaban el vigor que teníamos en la vieja finca, de manera que el esfuerzo tuvo que ser superior para obtener los frutos. Éstos nunca llegaron a ser lo grandes que fueron, pero gracias al microclima que nos envolvía y la dosis de minerales y nutrientes que nos dosificaba nuestra nueva raíz conseguimos que nuestros racimos fueran homogéneos, elegantes, ácidos, dulces y afrutados y sobre todo que maduraran en el momento justo y a la vez.
 

Nuestro nuevo dueño se esmeraba en cuidarnos, nos podaba con cariño, nos aportaba un poco de agua cuando más lo necesitamos, nos fue guiando en espaldera hasta orientar nuestras ramas en busca del sol cálido del verano para que nuestro fruto creciese y madurase bien, en fin aunque nunca rendimos como antes nuestro esfuerzo se centró en conseguir dar de sí lo máximo posible.

Durante años el niño que nos escogió, fue creciendo hasta convertirse en nuestro cuidador y cada vez nos mimaba más, nosotras hemos agradecido su trabajo siendo cada vez más selectas,  soportando en nuestras ramas los preciados racimos, buscando el sol, la perfecta maduración, aportando dosis de agua y nutrientes adecuados a nuestra función, sin preocuparnos de ser más productivas y formando un grupo de selectas cepas al servicio del hombre.
 

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